En esta columna publicada en The Clinic, nuestra investigadora asociada Alejandra Araya se refiere a los resultados de un estudio de caminatas grupales junto a personas mayores.
Por Alejandra Araya. Lee la columna en The Clinic aquí.
Para el 2050, por primera vez en la historia de la humanidad, la cantidad de personas de 60 años y más en el mundo superará a la cantidad de jóvenes y Chile no es la excepción. Somos un país que envejece aceleradamente como consecuencia de una disminución progresiva de la tasa de natalidad y un aumento sostenido de la esperanza de vida al nacer. Por eso, transitar hacia una vejez activa no solo es un desafío personal, sino que de país.
En este sentido, el ejercicio físico ha demostrado ser una estrategia eficaz y efectiva para contribuir a un envejecimiento activo, disminuyendo la fragilidad de las personas mayores. Y dentro de todos los ejercicios disponibles, caminar es el que la mayoría de las personas mayores reconocen como más fácil de implementar en su vida cotidiana.
En esta tarea, los centros de investigación e Institutos Milenio tenemos mucho que aportar, difundiendo evidencia que permita desarrollar políticas e intervenciones idóneas y adecuadas en el ámbito social, sanitario, habitacional y urbano.
Un ejemplo de esto es el Proyecto DI-41-18/CBC que realizamos con el financiamiento de la Vicerrectoría de Investigación y Doctorado de la Universidad Andrés Bello. De las 83 personas mayores que seguimos como parte del estudio, 43 participaron en grupos de caminata tres veces a la semana, experiencia dirigida por una persona mayor. Cada sesión tuvo una duración de 1 hora dividida en tres fases: preparación, caminata y recuperación. El promedio de edad de las y los participantes fue de 75 a 78 años, y la mayoría fueron mujeres (88%).
Los resultados son contundentes en mostrar el poder de caminar.
El grupo de personas mayores que participó de las caminatas semanales disminuyó su fragilidad inicial en comparación con el grupo que no estuvo en el programa de caminatas. Observamos, también, mejoras en el ánimo, disminución del miedo a caer y prevención de caídas, mejorías físicas en la marcha (apoyo de talón y de la extensión de rodilla), y beneficios sociales como la conexión con la comunidad.
Disminuir la fragilidad a través de un programa de caminatas es tarea de todas y todos. Es una estrategia de bajo costo económico, que depende solamente de la motivación de las y los mayores, y del acceso a lugares cercanos a sus casas donde puedan caminar sin ocupar infraestructura como gimnasios u otros. En este camino, es crucial el rol de las y los profesionales de salud, actores comunitarios y otros servicios que trabajan en atención directa con personas mayores, para incentivar caminatas en su comunidad, de forma grupal y sistemática, aprovechando la infraestructura que se encuentra disponible en su entorno.